A los que callan
- Jaime Santana
- 23 nov
- 1 Min. de lectura

Olí mi humedad.
Oí un crujido seco
cortando mi costilla.
Caí sobre la cara:
la calle vomitó
orín, plomo
y oscuridad.
Un chico se cubría
un agujero de bala:
«Esto no es nada…»
decía,
«Esto no es nada.»
¡Ja!
¡Esto no es nada!
Mi boca se secó.
Bebí serpientes,
horas,
colmillos,
y gritos.
Bebí las largas sombras,
los gestos,
los estremecimientos.
Grité
sobre los cuerpos convulsos,
sobre sus ojos abiertos,
estúpidos
y tiernos.
De los cristales de sangre
regresé…
¿Quién me trajo?
No lo sé.
Llevo su estigma:
vértebras rotas,
la voz partida.
¡Y no callan!
¡Mis niños muertos!
¡Querubines rotos!
¡Ay, mis niños tan muertos!
¡Maldito yo!
¡Si olvido!
¡Maldito yo!
¡Si olvido!




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