Hugo Boscán. Países Bajos.
-- “Cada quien se labra su destino”. Esa frase tiene mucho significado para quien, un día cualquiera, decide incursionar como inmigrante, dejar su país natal y salir a buscar mejor suerte en otros, sin importar lo lejos que puedan estar ni el idioma que deba aprender para desenvolverse entre los locales.
Adriana y Silvio tenían esa frase en su mente cuando, hace algunos años, salieron de Buenaventura, Valle del Cauca, Colombia, en busca de un futuro mejor para la familia.
--Yo salí de mi pueblo en 1980. No pensaba que sería para quedarme en otro lugar, mucho menos si se trataba de un pueblo o ciudad de otra nación. Yo vine solamente a pasear, a conocer otras tierras.
--¿Qué hacía usted en Colombia?
--Yo era cafetero, formaba parte de la Federación Nacional de Cafeteros y eso, como funcionario, me obligaba, placenteramente, a viajar con frecuencia a otros países donde el café colombiano tiene amplia aceptación, especialmente el de la variedad “Arábica”, el más conocido, aunque también tenemos la “Caturra” y el “Colombia”. El café colombiano tiene mucho aroma, motivo por el que es muy solicitado y saboreado en todo el mundo.
Indiscutiblemente que un buen café, tinto, corto, largo, expreso, crema, capuchino, americano, latte, como lo llamen, es lo mejor para el comienzo de cada día, en Europa o en cualquier parte del mundo y si es en tiempo de invierno, mucho mejor.
Silvio, luego de recorrer algunos países, se vino a Holanda (Países Bajos) y le gustó tanto que se quedó. No solo se quedó, sino que luego se vino su hija Adriana y montó su pequeño expendio de comidas típicas latinoamericanas, especialmente colombianas, entre las que destacan sus sabrosas empanadas, de pollo, carne de res o cerdo, queso, pescado, o jamón y queso, entre otros ingredientes.
Además tienen arepas de maíz, buñuelos y papas chorreadas, pero si alguien se antoja de algo más típico del Valle del Cauca, es capaz de animarse y preparar un sancocho de gallina, un arroz atollado, un pandebono y hasta una arepa valluna.
Silvio, cuando llegó a Holanda, a pesar de no conocer su idioma, se adaptó rápidamente, al punto de que a los cinco o seis meses se enamoró de una “catira” (Rubia) holandesa, se casó y tuvo dos hijos, que, aunque son de los Países Bajos, llevan su sangre colombiana.
--Claro que echo de menos a mi país; yo voy a Colombia todos los años, pero no para quedarme allá, sólo de paseo, y me regreso porque aquí, mi hija y yo, nos sentimos muy bien. Eso sí, yo desearía irme a vivir a España, un país que me atrae mucho.
Silvio y Adriana se sienten muy felices en Ámsterdam, constantemente reciben visitas de latinoamericanos, de caleños, de colombianos y también de neerlandeses que, igualmente, se deleitan con sus empanadas de carne mechada, pollo, queso o pescado, o sus buñuelos o arepas rellenas y con quienes se entiende en su idioma perfectamente.
--Cualquier día arrancamos para España, no sabemos por ahora si para tierra firme o para las Islas Canarias, porque, como le repito: “Cada quien se labra su destino”. Hoy estamos aquí y mañana estamos allá. Dios decide
Fotos cortesía de Hugo Boscán
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