Sebastián de la Nuez/ Madrid
Solo 3 anotaciones en torno al concierto de Los Rolling Stones en el Wanda Metropolitano, antier. La primera es acerca del público: feliz, divertido y con franco espíritu de estar en comunión. Una especie de rito compartido en masa y en festiva paz, como si todos los que estábamos allí supiéramos algo que los de afuera (es decir, el resto de la ciudad o del mundo) no saben o solo pueden intuir. Un estado de gracia con olor a maría, pues.
La verdad es que el público madrileño es fantástico.
Rolling Stone, 60 años sobre el escenario. Foto cortesía Diego de la Nuez
Lo otro, el fenómeno cultural sintetizado en unos héroes de guitarra y micrófono. No hay mucho más, apenas eso. No ha debido ser tan difícil recorrer ese camino, solo habrán tenido que lidiar con algún exceso. Parece fácil, a primera vista.
La tercera anotación: a final de cuentas, todo se reduce a las ideas. Las ideas se convierten en acordes pero también pueden ser ver una posibilidad donde hasta entonces nadie la ha visto. Uno se pregunta, mientras suena (atronadoramente) a unos metros de distancia “Gimme Shelter”, ¿a quién demonios, entre ellos, se le ocurrió poner a cantar el puente y las siguientes estrofas a una negra capaz de llegar a notas muy altas para gritarle su desesperación al mundo? ¿No es una de las mejores ideas que se le haya ocurrido a cualquiera en cualquier rama de las artes jamás, en cualquier esquina de la Historia escrita con mayúsculas?
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