Adriana Agudo Vicci. Psicóloga del Centro de Investigación y Estudios Gerenciales
Porque la Navidad huele, se siente, se saborea, emociona, conmueve y hace llorar de tristeza y de alegría.
Para muchos, y seguro que tú también estás entre ellos, la Navidad es la época más bonita del año.
La causa principal es que se lleva en el corazón, en las creencias y en las tradiciones que tantos compartimos, enlazados por el significado mismo de la palabra: la Natividad.
Es la época más bonita también porque todo se “engalana” para esperarla, disfrutarla y despedirla: la casa, la comida, la familia, las oficinas, los vecinos, las calles, la ciudad. Todo el país se viste de gala para ella.
En España, en este maravilloso país que nos adoptó, también huele a Navidad.
Nuestros sentidos se despiertan al color azul del cielo, al frío, a la nieve, al calor de las estufas en las terrazas de las calles, al sabor del chocolate y los churros y ¡ al olor de las castañas asadas!
Con la misma energía y entusiasmo con la que abres las cajas de los adornos de Navidad, también llevas a tu casa polvorones, turrones y mantecados, que mezclas con el pan de jamón, la ensalada de gallina, las hallacas y el dulce de lechosa. Todo, aderezado con los villancicos ¡nuestros aguinaldos! Es que somos muy parecidos.
También sientes que no todo es felicidad absoluta. Hay unos pedacitos de emociones muy escondidos en el corazón que están distraídos por la compañía, el reencuentro con amigos y familiares, cenas de Navidad con “los compis” del trabajo y nuevas vivencias.
Esos pedacitos se revuelven, se unen y afloran, quizá porque también huelen la Navidad.
Algunos de ellos se llaman nostalgia; otros prefieren que se les llame añoranza; otros, tristeza. Y eso ocurre porque en los momentos previos a la Navidad, aumenta el deseo de estar con quien amas y de celebrar como lo hacías.
Esos pedacitos demandan volver a esos momentos y a esas personas que quisiste hasta el infinito y más allá, pero que ya no están presentes. Ese deseo difícil de cumplir es el causante de esa inmensa melancolía.
¿Y qué hacemos con esos pedacitos de emociones que se revelaron y te reclaman?
¡Dejarlos estar! Hay suficientes razones para que se remuevan. Verás cómo lograrán ajustarse, porque comprenderás y aceptarás que hay situaciones que no puedes cambiar.
Esa aceptación, necesaria, aunque difícil en algunos casos, te permitirá mitigar esa melancolía o la añoranza, enseñándote a recordar con alegría aquellos momentos vividos. Sin remordimiento, sin culpa. Con amor.
Amor por la familia y por los nuevos amigos que te acompañan en este camino, con quienes visitarás los mercadillos navideños y prepararás la cena y el intercambio de regalos que llevan impresos cariño y agradecimiento, mientras esperas la llegada del Niño Jesús y, seguro que también, la de los Reyes Magos ¡Vivan las tradiciones!
Nuestros países de acogida también huelen a Navidad.
Hablando de tradiciones, los venezolanos dejaremos caer alguna lágrima cuando escuchemos: “…siento una emoción tan grande que se me nubla la mente, siento un nudo en la garganta y el corazón se me salta, sin darme cuenta tiemblo y sin querer estoy llorando”.
¡Feliz Navidad!
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